
23 Jun Sapa, tribus y arrozales
Si hay un lugar donde el exotismo de sus colores y la naturaleza se entremezclan a la perfección, ese es sin duda Sapa.
Una vez aterrizamos en Hanoi desde Hue, cogemos un taxi directo a Vega Travel con intención de salir esa misma noche hacia Sapa. Afortunadamente, hay un tren que parte hacia Lao Cai con plazas libres. Por lo que tenemos menos de dos horas para cogerlo, hacer cambio de mochila por una más pequeña y reservar la excursión de Sapa, 75$ y de paso, la Bahía de Halong, 45$, por persona y tres días de estancia en cada una de ellas.Hoy estamos de suerte, nadie entra en nuestro compartimento, por lo que disponemos de cuatro camitas para nosotros dos solos. La ventaja de viajar de noche es que aprovechas un día, por otro lado, aunque la sinfonía de los traqueteos y frenazos de nuestro “Orient Express” vietnamita nos hacen notar que estamos subiendo grandes puertos de montaña, la oscuridad del exterior no nos permite admirar el majestuoso paisaje que estamos atravesando.
Son las 5:30 de la mañana y llegamos a Lao Cai. Duing, nuestro guía, está allí esperándonos con una agradable sonrisa a pesar de las horas que son.
Hacemos parada en un hotel para tomar el desayuno y una refrescante ducha para despejarnos y empezar el día. A menos de diez kilómetros de distancia, tenemos el Fansipan, montaña que hace frontera con China y que se deja ver muy tímidamente a estas horas de la mañana. Conforme el día empieza a madurar, la bruma que cubre su cima se va disipando, permitiéndonos ver la cumbre más alta de toda Indochina.
Salimos a dar un paseo por el mercado de Sapa, es domingo y suele estar bastante concurrido. Las diferentes tribus black hmong, red hmong, dao, entre otras, se distinguen perfectamente por el colorido de sus ropajes. Aquí vienen a realizar sus compras, vender los productos que previamente han confeccionado o incluso a relacionarse entre la juventud de las distintas etnias. Es curioso observar cada detalle de sus complementos, el modo que se recogen el pelo atravesado con un palo, los coloridos sombreros, llamativos collares o pendientes y en algunos casos hasta el color que tiñen sus dientes.Sapa esconde pequeños pueblecitos entre sus montañas y nos ofrece la imagen más auténtica y espectacular de Vietnam.
Pequeñas de la minoría black hmong, nos esperan en la puerta del hotel con intención de realizar alguna venta, pero cuando comenzamos nuestra travesía por los preciosos balcones de arrozales, vimos que nos seguían. Un tanto sorprendidos y preocupados por su edad, nos dimos cuenta que nos iban a acompañar gran parte de nuestro recorrido en el día de hoy.
Ataviadas con sus trajes tradicionales y unas simples sandalias de goma, pasaban por estrechos y resbaladizos caminos, llenos de riachuelos y barro, montaña arriba o abajo sin mostrar ningún tipo de duda ante donde ponían sus pies. Lógicamente, esos pies expertos ya habían recorrido muchas veces este camino, pero era inevitable pensar, ¡se van a caer!.
Interminables terrazas de arrozales, campos de bambú, ríos, cascadas, campesinos trabajando en plantaciones de té con su sombrero cónico símbolo de Vietnam, pequeños subidos a lomo de pacíficos búfalos de agua, compañeros de estas tierras en las labores del campo, mujeres haciendo la colada en el río, miles de escenas cotidianas envueltas en el lugar más recóndito de este paraíso llamado Sapa.
Las pequeñas hmong, nos acompañaron durante más de tres horas de camino y estuvieron agasajándonos con originales figuritas o coronas que confeccionaban con las plantas que encontrábamos por el camino. Sabían que la venta la tenían asegurada, es imposible decirles que no. Me dio pena despedirme de ellas, me las hubiera traído para España rápidamente, pero nuestro recorrido entre montañas, bosques de bambú y verdes campos de arroz debía continuar.Finalmente llegamos al poblado Giang Ta Chai, donde vamos a pasar la noche con una familia de los Dzao rojos. Ubicada en una privilegiada situación, el río y una preciosa cascada, que refresca nuestra llegada tras una extenuante caminata entre montañas nos acogen en el que hoy será nuestro hogar.
La amable señora, de la que no recuerdo su nombre y que sólo hablaba vietnamita, nos cocinó la cena más deliciosa que habíamos comido en Vietnam. Una rudimentaria cocina, con una resistente base como es el preciado suelo, sirvió para compartir unos momentos de risas mientras la observábamos cocinar.
La cena estuvo acompañada de un vino de licor de arroz bastante fuerte. Yo probé uno como agradecimiento, pero Dani, Duing y la señora siguieron hasta beberse un par de botellas. El resultado, Dani y Duing, alegres y contentos de tanto alcohol, mi querida señora como si se hubiese tomado veinte vasos de agua, ¡increíble!
La casa era todo un lujo, si imaginas la casa del abuelo de Heidi, ésta no tenía nada que envidiarle, más que una puerta, eso sí, ya que una vez dentro, la cerraban con grandes tablones de madera dejando el baño en el exterior.No había claxon, gritos, nada, ni un ruido, tan sólo el silencio de la naturaleza en todo su esplendor, un descanso asegurado.
A la mañana siguiente la cascada y un plato lleno de crepes con plátanos nos dan los buenos días, como no podía ser de otra manera, están deliciosos. Tenemos una excelente cocinera, pero llega la hora de despedirnos.
Esto es el auténtico Vietnam, donde las tribus, los animales y la naturaleza conviven todos en uno. Tú eres tan sólo el admirador que paseas por sus vidas mientras ellos continúan con sus rutinas ajenos a los ojos curiosos que los miran con pura admiración.
Un nuevo tren de vuelta a Hanoi nos espera impaciente, para embarcarnos destino la Bahía de Halong. ¿Te animas?
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