
15 Oct Kinkaku-ji encantada de conocerte
Estaba impaciente por llegar a Kioto. Ilusiones y grandes expectativas es lo que tenía por esta gran ciudad y en especial sentía como cual niña pequeña la impaciencia de visitar aquello que más deseaba del viaje, el templo Kinkaku-ji o el Pabellón Dorado como también se le conoce.
Cuando estaba en el despacho, la imagen del Kinkaku-ji me acompañaba cada día en la pantalla de mi ordenador. Tan sólo, el aspecto que lucía el templo dependiendo de la época del año en que nos encontrábamos, modificaba la silueta que una dama puede vestir al ataviarse con sus mejores galas.Todas ellas me parecían de una belleza absoluta y ahora al verme delante de él, un templo pequeño pero de una delicadeza y entorno sin igual, hacen brotar en mí los sentimientos más auténticos que esperaba vivir en este viaje.
Ahora es verano, y la luz del sol lo fotografía en el lago regalándome un segundo templo plasmado sobre el agua. El brillo y la magia de su figura resaltan por encima del verde de la naturaleza que lo envuelve.
Dejarte llevar por el sendero que transcurre por los alrededores del templo, te transporta a un estado de pura serenidad. Desde cualquier punto es inevitable buscar el lago que lo abraza para no perder un detalle de cualquiera de sus caras.Me despido del Kinkaku-ji dejando la mirada atrás, no puedo ni quiero despedirme, lo quiero para mí, me lo quiero llevar y sé que no es posible, por lo que tendré que conformarme con una minúscula réplica que me acompañará cada día colgada de mi móvil. ¡Y lo más importante!, la imagen de mi ordenador ahora será real, ¡sí!, estaremos él y yo en una auténtica foto de mi templo soñado, el Kinkaku-ji.
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